sábado, 29 de diciembre de 2012

La guerra que no fue

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Ayer, festividad de los Santos Inocentes, tuve la dicha de asistir a la presentación de la novela la guerra que no fue, de mi amigo y vecino de infancia Javi Omeñaca (ahora también admirado novelista).

El tiempo y la vida nos lleva por caminos insospechados, nos separa (él en Inglaterra, yo en Calatayud -aunque él esté más lejos yo me fui antes-) y nos vuelve a juntar y nos regresa al pasado y al futuro -hacía años que no nos veíamos, pero nos encontramos ayer en el barrio bajo-.

No sería objetivo decir que la guerra que no fue me ha emocionado (ya dejé caer una lágrima o dos ayer en el acto y en el inte y me vinieron algunas más leyéndolo a saltos -en voz alta- por la noche y me han inundado hoy de cabo a rabo). No sería objetivo porque reconozco el caño de mis vecinos y la cochera y el granero y a Pablico (en mi lectura a saltos comencé por la página que lo describe y no tuve que pensar para reconocerlo) y sus yayos y a tantos y a mí mismo por la Villafranca de mi infancia. No sería objetivo porque reconozco el habla de mi pueblo, de la ribera, la que yo he hablado y que ya no hablo y que Javi, valiente, se ha encargado de escribir, superando esa vergüenza impuesta por paletos de ciudad que son tan cultamente ignorantes que ni si quiera saben hacer un colgarallo para que los melones lleguen hasta Navidad y tienen (tengo) que comprarlos en el super a precio de oro (igual se piensan que en diciembre hay melones)..

Sin embargo, si creo ser objetivo cuando digo que la guerra que no fue es una novela entrañable, emocionante y vital. Y creo serlo cuando escribo que Javi (lo de Francisco Javier será solo para la portada del libro) se ha demostrado un estupendo novelista que ha escrito esa sensibilidad que se adivinaba en un zagal de pelo rizado, la camisa por fuera y hecha un rugón, al que el cura se empeñaba en llamar Iscón. Para demostrarlo este poema de su (nuestro) desierto:

Mar verde de trigo en invierno,
llanura ondulada en las Planas.

Mar de mies en verano,
olas de amarillo
que danzan a ritmo de cierzo.

Mar de surcos en barbechos
con huebras salpicadas de islotes
de piedras, sabinillos y romeros.

Mar negro en cada atardecer
con lomas de sabinas y de pinos
en eterno vaivén modulando silencios.

Mar de algodón estrellado,
surcado por infinitos vuelos.

Mar de paz es Monegros,
mi desierto.

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