domingo, 7 de agosto de 2011

Tabaco


Se que el tabaco es un feo vicio y que es tan perjudicial para la salud que me llevará al infierno mucho antes y en peores condiciones que a la ministra de sanidad, consejeros de la cosa y otras personas empeñadas en velar por mi salud sin que se lo haya pedido. Se que prohibir fumar es cosa moderna y europea donde las haya y que la ley española nos coloca en lo más alto del escalafón mundial en lo que a restricción tabáquica se refiere (y es que para prohibir nos las apañamos estupendamente).

Acostumbrado a la proscripción española, me extrañó que en el hotel me preguntaran si quería habitación de fumadores, pero como también ocurre en alguna comunidad patria, imaginé al personal de habitaciones provisto de traje de buzo con su escafandra entrando a fumigar con zotal la 405 tras mi marcha. Nada más lejos de la realidad: una vez deshechas las maletas y convenientemente aseado, di una vuelta por las instalaciones y salí al exterior para explorar el entorno; tras la vuelta a la manzana fui a apagar mi cigarrillo recién encendido a la entrada y un amable conserje me señaló el bar interior del establecimiento donde, como pude comprobar posteriormente, se podía fumar. Ya a la mañana siguiente, en el quiosco del andén del metro comprobé que vendían tabaco, lo mismo que en las estaciones y otros establecimientos de todo tipo. Más tarde descubrí que también había bares para fumadores, como prueba dejo mi tabaco y mi mechero al lado de mi copa en Windhorst, un local muy recomendable por su estupenda y amplia carta de cócteles.


En cuanto al cumplimiento de la norma, aseguro haber visto a mucha más gente fumando en los andenes y pasillos del metro de Berlín (y eso que son mucho más cortos) que en el de Madrid, en eso sí son más eficientes.

Hasta mañana

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